Lo que recuerdo de esa reunión es que sí pasó. Y que fui y sigo viva. ¿A qué hora llegué y a qué hora terminé en mi cama?. Sin ropa, con una botella rozando mi cachete y la soledad tocándome las piernas. Al menos la idea de crear metáforas románticas (que solo quieren decir que soy yo revisando una herida en mi rodilla izquierda) me hace sentir que valió la pena haber salido ayer. Valió mi gratificación y esa herida que picaba. Ardía. La resaca se le estaba uniendo
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Lo primero que hago en situaciones de urgencia (como lo era esta) es llorar. Hasta tal punto que mi compañero de piso tenga la obligación ética, social, política, religiosa y pluricultural de pasarme un vaso con agua y unos panecillos para pasar el despertar. Porque la noche de mala no tuvo nada, aunque no la recuerde. Bastaba verme intacta en mi cama y oír a Mario decirme que escuchó alguien caerse en la puerta de la casa dos o cinco veces, a las ocho y tanto de la mañana, antes de lograr entrar. Con eso había batido mi record de intentar sobrevivir. Ya cuando Mario cumplió con ser buen amigo con el agua y la comida, recordé algunos rostros de la noche anterior, algunos pasos de baile que no sabía que podía hacer o que la gente podía soportar sin recordar golpes luego de eso. Me recordé pasándola bien pero sin nada importante o algún nombre con el cual soñar aun despierta. Los minutos parecían que podían ser parte de otro día más post resaca. Las horas parecían haber llegado al final del dolor físico y la pizza de almuerzo y de cena estaba por llegar.
La vida había vuelto a su sobrio aburrimiento de a uno.
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Había pasado unas semanas de la fiesta a la que había ido al inicio de esta historia. Aun tenia chispazos de ese día que había sido la última borrachera de la cual solo me quedaba las cenizas de la ropa que había incendiado por el olor con el que había quedado. Se podía decir que ya estaba limpia de ese desmadre y podía aventurarme a otro. Tenía las ganas y de nuevo el dinero suficiente para volver a perderlo todo y ganar la vergüenza de no tener vergüenza. No me arrepiento de nada más de lo que no he hecho aun. Me puse el perfume que me regaló mi mamá antes de darse cuenta del peligro que significa haberme ido a vivir sola. Y salí.
Para ese entonces, pasado el fiestón, había conocido a un chico. Como algunos amigos lo apoderaron: un cualquier cosa. Yo lo quise el tiempo que no me daba cuenta que tenía que recuperar el cariño por mí misma. Era lo que decían y peor. Un buen chico para su familia y amigos, pero para mí era como decir hola cuando quería decir chau. Pero a veces sale lo que sale y te ves quedando una salida por la noche con quien diga “¡yo!”. Así que con las ganas de envolverme entre sabanas y terminar recitándome algo para gustarme yo más que la persona de al lado, salí a su encuentro. No sin antes regocijarme en unas cervezas previas con unos amigos en el mismo bar que lo había citado a él, pero mucho más tarde. Muchos tragos más tarde.
- ¡Salud! ¡Porque aun tenemos dientes para decirlo y los pies para correr a la pista cuando ya no podamos hacerlo! – gritó un amigo de cien años
La previa estaba siendo fenomenal. Los amigos iban y venían como los suspiros de no querer que sea una noche más. El trago se terminaba como si hubiéramos quebrado en la vida. La ceguera estaba haciendo efecto en algunos y el apuro de irse antes de volverse locos, en otros. Yo estaba aun en la línea fina entre la realidad y mi mundo de Alejandra. Pero tenía que decidir entre esperar sola a mi cita o irme con los que aun me prometían tesoros mejores. Hice lo que cualquier avaro hubiese preferido, así que me levanté y caminé orientando a los más borrachines hasta la puerta. A lo lejos, alguien comenzó a decir mi nombre en voz baja, un poco más alta y ya demasiado alta.
- ¡ALEJANDRA!
Volteé y un chico de barba crecida como carpa de circo y ojos color marrón y verde, me sonreía como si fuéramos mejores amigos desde inicial.
- ¿Sì? ¿Quién eres?
- ¿No me recuerdas de la reunión de Blanca?
- ¿Quién es Blanca?
- La que te agarraste sumamente ebria.
Lo miré fijamente tratando de expresarle con la mirada que así no se saluda a una dama. Al menos luego de ese día quise serlo y debió darse cuenta con mi interrogante de preguntarle quien era, aguantando la nueva ebriedad. Le respondí sin pestañear que me tenía que ir, mientras ¡por fin! venían a mí los recuerdos perdidos de dicha noche. Aunque hubiese sido mejor no recordar, ni haber volteado a responder al llamado de ese chico. Seguí mi camino y cuando ya solo faltaban unos pasos para el taxi – sin haberle dicho a mi cita que me estaba yendo – me vino la sensación de que el que me acababa de recordar/saludar en el bar, estaba ahí por algo y tenía que seguir hablándole. No sobre ese tema, sino sobre por qué no atinó al menos ser más prudente con su voz y no gritar mis fechorías. Aparte que también estaba guapo. Su rostro estaba como impregnado en mi cabeza desde hace cuatro minutos y me estaba comenzando a dar esa ansiedad de querer más.
- Chicos, hasta acá nomas los acompaño. Voy a volver a hablar con…
- ¿Con el que gritó que agarraste con una chica? ¿Y qué tal eso? – preguntó un amigo que estaba temblando en el piso – No te conocía ese lado. Debieron estar bien servidos tus tragos.
- Deja de joderla, Aldo – dijo mi otra amiga que andaba prendiendo un cigarrillo. O algo parecido a eso – Se nota que quiere volver a hablar con él porque le ha gustado ¿no, Ale? pero ¿y el otro chico con el que te ves?. Cuidado nomas de ahora tener líos con policías por alentar peleas absurdas por ti.
Me reí y sin decir nada mas, volví. El chico con el que me iba a ver me acababa de mandar un mensaje diciendo que ya estaba en camino. Con un bostezo guarde mi celular sin importarme más que dar lo mejor de mí para retomar la conversación con el de barba y gorra amarilla. Bastante injusta para adornar su cabeza. Ósea, directa y cruelmente fea.
Hablamos tanto que para cuando llegó el «cualquier cosa» no pudo hacer más que pensar que nunca antes su cama, un fin de semana, hubiese sido más atenta y caliente que yo. Que eso era lo que esperaba. Pero Arturo – el de los ojos color miel y mostaza – me daba más risa y palabras para atender y fascinarme. No volvimos a tocar el tema de cómo él si me recordaba y yo ni lo recordaba a él, ni hablamos de Blanca, ni de la calle donde había sido esa reunión. Arturo sonreía bonito con la mirada, la boca y todo su cuerpo. Estaba siendo una buena noche luego de tiempo. Quizás bastante buena y debió retomarse el equilibrio. Me di cuenta que el otro chico ya estaba diciendo para irnos. No quería irme pero tampoco quería dejar mi lado mundano por correr un nuevo riesgo. ¿Qué si Arturo solo se convertiría en una anécdota y para mañana él estaría con dos tipas en cada brazo o mientras se preparase el desayuno solo botara una risita de recordar nuestra conversación y seguir con su día sin querer saber más de mi?. No tenia aun la confianza de jugármela, así que cogí del brazo al que se estaba aburriéndose de mi conversación sin él, y despidiéndome de Arturo, me fui a pasar la noche. Otra noche.
Al día siguiente, dándole la espalda al chico que estaba conmigo en mi cama, mientras miraba la pared y le respondía sus preguntas sin trascendencia, recordé de la noche anterior solo dos cosas: también había pasado y había conocido a alguien. Y tenia nombre. A comparación del cualquier cosa. Después de despedirme de él, nunca más lo quise ver. Aunque el hijo de puta se haya robado un disco mío.
***
Le conté como ya era costumbre a mi compañero de casa que había conocido a alguien nuevo. «Déjame adivinar. Era así, y así y así también». Le dije que sí. Solo me miró y me dijo: ojala no sea como los otros que parecen pero no son. No quise prestarle importancia al pasado y al ver mi Facebook, me di cuenta que me había agregado. Grité un poco de la emoción y acepté dando brincos en la sala su solicitud. Mi amigo solo recogió los platos de nuestro desayuno y comenzó a hablarme que el gas ya se había acabado y teníamos que suplicar uno gratis por la crisis. Yo ya andaba pensando como decirle «hola» a Arturo sin que sea esa palabra pero tampoco darle la importancia que ya tenía luego de conocerlo. Técnicamente, volver a conocerlo. Ya ni recuerdo que le dije, pero él si me respondió con un hola. Bajó un poco mi ansiedad por eso pero seguí intentando construir la historia romántica que siempre, cual castillo de naipes encima de una mina, se reventaba. Habremos hablado a lo mucho quince minutos hasta que me di cuenta que tenía trabajo que hacer y luego de decirle eso
pasó un mes
que no volvimos a
intercambiar
ni
media
palabra.
La vida siguió noche tras noche y yo me resentí con el mundo como si fuera una adolescente que no tuvo quinceañero porque no entendía que no había dinero ni siquiera para el desayuno.
****
Si algo se puede decir de mi es que no olvido rápidamente a las personas que me llaman la atención. Con personas quiero decir chicos. Si bien ni Arturo ni yo volvimos a dirigirnos la palabra, de vez en cuando lo imaginaba conmigo en mi cuarto volviendo a hablar como ese día en el bar. Una vez una amiga le dijo a alguien – aclarando que ese alguien no soy yo. Lo juro por ese alguien – que nunca una debería enamorarse de un extraño en un bar. Yo más bien creo que la palabra “nunca” debería estar ya satanizada y enjaulada bajo cuarenta llaves. Es eso o quemamos a mi amiga de una buena vez junto con todas sus frases de mierda. ¿Quién se había creído para negarme eso?. Pero quizás, esta vez, tenía razón o yo tenía que dejar de exagerar los momentos bonitos. Pero no podía. Me moría por volver a hablarle así haya pasado un mes y solo hayamos hablado algo tomados. Tenía esa corazonada pero no tenia agallas y aun me sentía débil por el nefasto pasado de dar sin recibir nada más que recuerdos que se iban convirtiendo en mi fortaleza de mejor dejar todo así. Sin mover ningún cable por miedo a no saber si podía hacer corto circuito en toda la cuadra. Así que moví la cabeza de derecha a izquierda y me fui al cumpleaños de mi hermana para volver a entregarme a las birras y los cubatas. Luego de ese cumpleaños había quedado también reunirme con unos amigos en el bar donde conocí a Arturo pero sin esperanza de volver a verlo, sino con la esperanza de poder olvidarme de lo ridículo que era todo esto.
Me emborraché. Como suelo hacerlo todos los Sábados. Le regale un regalaso a mi hermana, la cual sin abrirlo lo dejo al lado y yo por su insolencia me bebí la mitad de lo que tenia para ofrecer a sus invitados. Me despedí de una silla en lugar de ella y fui al bar. Al entrar, la primera persona que vi fue a Arturo. ¡CATAPUM!. Mi corazón se sacudió tantito y le sonreí mientras me acercaba. Realmente no esperaba volver a verlo pero eso lo hizo mucho más exquisito al saludarlo. Y parecía que su sonrisa de respuesta también pensaba lo mismo. Volvimos a hablar y hablar y hablar hasta que al ir un segundo al baño, vi a uno de sus amigos por ahí y en medio de mi delirio le dije: ¿Sabes? Me gusta tu amigo. Y al volver, tampoco esperando que su amigo sea una vieja chismosa, lo vi hablando con Arturo con el gesto de que le tenía un notición. Me reí y volví a acercarme. Él, seguro de si mismo y a la vez nervioso por lo que haría, me plantó un beso.
Tierno, bonito, rico, de él.
Nos dimos unos cien besos mas y unas mil palabras más. Una ultima despedida de desconocidos y una sonrisa de un inicio de a dos.
*****
Así comenzó mi vida con Arturo. Luego de esa madrugada, al día siguiente, comenzamos a hablar todos los días antes de volver a vernos. Pasó un mes en que solo hablábamos de todo lo que pasaba en el día. Me contaba sus salidas, me recomendaba mejor quedarme en cama dado los 40 de fiebre que le decía que tenía, le contaba que iba a mudarme en esos días, como me fue difícil subir mi colchón en un edificio sin ascensor, me hablaba de la música que hacía, el nuevo disco que estaba escuchando, su trauma con los aviones, le contaba sobre mi manía de no poder ver cuadros chuecos, entre otras manías ya no publicables; pero jamás, en todo ese mes, hubo un intento de vernos. Hasta que se dio. ¡Porque nos teníamos ganas y no solo eso! ¡Más, mucho más que eso!. Quedamos en vernos en la presentación de un video, fotos, vida, ve uno a saber que era, de un amigo en común. Yo había ido con mi pandilla. “Estamos yendo a tal lugar porque quiero ver a un chico, así que si ven que la cosa se pone fea porque así es el mundo; me abrazan entre todos y me cargan hacia la salida. Como si fuera Jesús sin su cruz”. Yo llegué tarde, él estaba ahí, con la misma gorra (menos horrenda) con la que lo conocí. Lo primero que le dije era que tenía media fruna atascada entre los dientes. Que me cubra, que tenía que arreglar eso. Luego vinieron temas peores como cuando me pongo nerviosa, pero parecía que todo andaba bien. La noche siguió su ritmo y sin llegar a detallar, al día siguiente desperté con Arturo. Me invitó a desayunar y de fondo sonaba una serie en el televisor, de esas que ya has visto tanto ese capítulo que podrías con ese guion ir a una audición. Esa mañana, tiempo después, él me dijo que había visto tres cosas en mi como para decidir quedarse conmigo. “Buena conversación por la noche, buen sexo y buena conversación por la mañana”. O algo así, quizás nunca dijo buen sexo, pero a mí me parece que sí. Que igual es mi relato y así lo recuerdo.
Vinieron días de cenas, días de playa por la noche, de engordar juntos, de películas en los parques, de burlarnos de algunos y merecer el infierno, de dormir abrazados (babeando), de orgasmos. Vino su cumpleaños sorpresa que le hice, vinieron flores por los meses, al igual que discusiones en otros meses. Vino el llanto, la lejanía de ciertos días, la reconciliación, los gritos de problemas personales que uno no sabía cómo reconfortar al otro, los bailes vergonzosos (más de él que míos), los nuevos amigos, la nueva mudanza, los te quiero a los te amo. Se escucharon algunos “que no entiendes lo que ando diciendo”, las mandadas al carajo, los vinos (mas rones que vinos pero también vinos) sus nuevas canciones, sus hermosas y antiguas canciones, alguna exposición fotográfica mía, los retratos que le hice, las fotos movidas que me hace. Vino la vida de a dos.
Hoy, son quince meses juntos. No imagino que este cuento termine.
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Arturo acaba de despertar, ya vuelvo.