Feeds:
Entradas
Comentarios

De a dos

Lo que recuerdo de esa reunión es que sí pasó. Y que fui y sigo viva. ¿A qué hora llegué y a qué hora terminé en mi cama?. Sin ropa, con una botella rozando mi cachete y la soledad tocándome las piernas. Al menos la idea de crear metáforas románticas (que solo quieren decir que soy yo revisando una herida en mi rodilla izquierda) me hace sentir que valió la pena haber salido ayer. Valió mi gratificación y esa herida que picaba. Ardía. La resaca se le estaba uniendo

+

Lo primero que hago en situaciones de urgencia (como lo era esta) es llorar. Hasta tal punto que mi compañero de piso tenga  la obligación ética, social, política, religiosa y pluricultural de pasarme un vaso con agua y unos panecillos para pasar el despertar. Porque la noche de mala no tuvo nada, aunque no la recuerde. Bastaba verme intacta en mi cama y oír a Mario decirme que escuchó alguien caerse en la puerta de la casa dos o cinco veces, a las ocho y tanto de la mañana, antes de lograr entrar. Con eso había batido mi record de intentar sobrevivir. Ya cuando Mario cumplió con ser buen amigo con el agua y la comida, recordé algunos rostros de la noche anterior, algunos pasos de baile que no sabía que podía hacer o que la gente podía soportar sin recordar golpes luego de eso. Me recordé pasándola bien pero sin nada importante o algún nombre con el cual soñar aun despierta. Los minutos parecían que podían ser parte de otro día más post resaca. Las horas parecían haber llegado al final del dolor físico y la pizza de almuerzo y de cena estaba por llegar.

La vida había vuelto a su sobrio aburrimiento de a uno.

++

Había pasado unas semanas de la fiesta a la que había ido al inicio de esta historia. Aun tenia chispazos de ese día que había sido la última borrachera de la cual solo me quedaba las cenizas de la ropa que había incendiado por el olor con el que había quedado. Se podía decir que ya estaba limpia de ese desmadre y podía aventurarme a otro. Tenía las ganas y de nuevo el dinero suficiente para volver a perderlo todo y  ganar la vergüenza de no tener vergüenza. No me arrepiento de nada más de lo que no he hecho aun. Me puse el perfume que me regaló mi mamá antes de darse cuenta del peligro que significa haberme ido a vivir sola. Y salí.

Para ese entonces, pasado el fiestón, había conocido a un chico. Como algunos amigos lo apoderaron: un cualquier cosa. Yo lo quise el tiempo que no me daba cuenta que tenía que recuperar el cariño por mí misma. Era lo que decían y peor. Un buen chico para su familia y amigos, pero para mí era como decir hola cuando quería decir chau. Pero a veces sale lo que sale y te ves quedando una salida por la noche con quien diga “¡yo!”. Así que con las ganas de envolverme entre sabanas y terminar recitándome algo para gustarme yo más que la persona de al lado, salí a su encuentro. No sin antes regocijarme en unas cervezas previas con unos amigos en el mismo bar que lo había citado a él, pero mucho más tarde. Muchos tragos más tarde.

  • ¡Salud! ¡Porque aun tenemos dientes para decirlo y los pies para correr a la pista cuando ya no podamos hacerlo! – gritó un amigo de cien años

La previa estaba siendo fenomenal. Los amigos iban y venían como los suspiros de no querer que sea una noche más. El trago se terminaba como si hubiéramos quebrado en la vida. La ceguera estaba haciendo efecto en algunos y el apuro de irse antes de volverse locos, en otros. Yo estaba aun en la línea fina entre la realidad y mi mundo de Alejandra. Pero tenía que decidir entre esperar sola a mi cita o irme con los que aun me prometían tesoros mejores. Hice lo que cualquier avaro hubiese preferido, así que me levanté y caminé orientando a los más borrachines hasta la puerta. A lo lejos, alguien comenzó a decir mi nombre en voz baja, un poco más alta y ya demasiado alta.

  • ¡ALEJANDRA!

Volteé y un chico de barba crecida como carpa de circo y ojos color marrón y verde, me sonreía como si fuéramos mejores amigos desde inicial.

  • ¿Sì? ¿Quién eres?
  • ¿No me recuerdas de la reunión de Blanca?
  • ¿Quién es Blanca?
  • La que te agarraste sumamente ebria.

Lo miré fijamente tratando de expresarle con la mirada que así no se saluda a una dama. Al menos luego de ese día quise serlo y debió darse cuenta con mi interrogante de preguntarle quien era, aguantando la nueva ebriedad. Le respondí sin pestañear que me tenía que ir, mientras ¡por fin! venían a mí los recuerdos perdidos de dicha noche. Aunque hubiese sido mejor no recordar, ni haber volteado a responder al llamado de ese chico. Seguí mi camino y cuando ya solo faltaban unos pasos para el taxi – sin haberle dicho a mi cita que me estaba yendo – me vino la sensación de que el que me acababa de recordar/saludar en el bar, estaba ahí por algo y tenía que seguir hablándole. No sobre ese tema, sino sobre por qué no atinó al menos ser más prudente con su voz y no gritar mis fechorías. Aparte que también estaba guapo. Su rostro estaba como impregnado en mi cabeza desde hace cuatro minutos y me estaba comenzando a dar esa ansiedad de querer más.

  • Chicos, hasta acá nomas los acompaño. Voy a volver a hablar con…
  • ¿Con el que gritó que agarraste con una chica? ¿Y qué tal eso? – preguntó un amigo que estaba temblando en el piso – No te conocía ese lado. Debieron estar bien servidos tus tragos.
  • Deja de joderla, Aldo – dijo mi otra amiga que andaba prendiendo un cigarrillo. O algo parecido a eso – Se nota que quiere volver a hablar con él porque le ha gustado ¿no, Ale? pero ¿y el otro chico con el que te ves?. Cuidado nomas de ahora tener líos con policías por alentar peleas absurdas por ti.

Me reí y sin decir nada mas, volví. El chico con el que me iba a ver me acababa de mandar un mensaje diciendo que ya estaba en camino. Con un bostezo guarde mi celular sin importarme más que dar lo mejor de mí para retomar la conversación con el de barba y gorra amarilla. Bastante injusta para adornar su cabeza. Ósea, directa y cruelmente fea.

Hablamos tanto que para cuando llegó el «cualquier cosa» no pudo hacer más que pensar que nunca antes su cama, un fin de semana, hubiese sido más atenta y caliente que yo. Que eso era lo que esperaba. Pero Arturo – el de los ojos color miel y mostaza – me daba más risa y palabras para atender y fascinarme. No volvimos a tocar el tema de cómo él si me recordaba y yo ni lo recordaba a él, ni hablamos de Blanca, ni de la calle donde había sido esa reunión. Arturo sonreía bonito con la mirada, la boca y todo su cuerpo. Estaba siendo una buena noche luego de tiempo. Quizás bastante buena y debió retomarse el equilibrio. Me di cuenta que el otro chico ya estaba diciendo para irnos. No quería irme pero tampoco quería dejar mi lado mundano por correr un nuevo riesgo. ¿Qué si Arturo solo se convertiría en una anécdota y para mañana él estaría con dos tipas en cada brazo o mientras se preparase el desayuno solo botara una risita de recordar nuestra conversación y seguir con su día sin querer saber más de mi?. No tenia aun la confianza de jugármela, así que cogí del brazo al que se estaba aburriéndose de mi conversación sin él, y despidiéndome de Arturo, me fui a pasar la noche. Otra noche.

Al día siguiente, dándole la espalda al chico que estaba conmigo en mi cama, mientras miraba la pared y le respondía sus preguntas sin trascendencia, recordé de la noche anterior solo dos cosas: también había pasado y había conocido a alguien. Y tenia nombre. A comparación del cualquier cosa. Después de despedirme de él, nunca más lo quise ver. Aunque el hijo de puta se haya robado un disco mío.

***

Le conté como ya era costumbre a mi compañero de casa que había conocido a alguien nuevo. «Déjame adivinar. Era así, y así y así también». Le dije que sí. Solo me miró y me dijo: ojala no sea como los otros que parecen pero no son. No quise prestarle importancia al pasado y al ver mi Facebook, me di cuenta que me había agregado. Grité un poco de la emoción y acepté dando brincos en la sala su solicitud. Mi amigo solo recogió los platos de nuestro desayuno y comenzó a hablarme que el gas ya se había acabado y teníamos que suplicar uno gratis por la crisis. Yo ya andaba pensando como decirle «hola» a Arturo sin que sea esa palabra pero tampoco darle la importancia que ya tenía luego de conocerlo. Técnicamente, volver a conocerlo. Ya ni recuerdo que le dije, pero él si me respondió con un hola. Bajó un poco mi ansiedad por eso pero seguí intentando construir la historia romántica que siempre, cual castillo de naipes encima de una mina, se reventaba. Habremos hablado a lo mucho quince minutos hasta que me di cuenta que tenía trabajo que hacer y luego de decirle eso

pasó un mes

que no volvimos a

intercambiar

ni

media

palabra.

La vida siguió noche tras noche y yo me resentí con el mundo como si fuera una adolescente que no tuvo quinceañero porque no entendía que no había dinero ni siquiera para el desayuno.

****

Si algo se puede decir de mi es que no olvido rápidamente a las personas que me llaman la atención. Con personas quiero decir chicos. Si bien ni Arturo ni yo volvimos a dirigirnos la palabra, de vez en cuando lo imaginaba conmigo en mi cuarto volviendo a hablar como ese día en el bar. Una vez una amiga le dijo a alguien – aclarando que ese alguien no soy yo. Lo juro por ese alguien – que nunca una debería enamorarse de un extraño en un bar. Yo más bien creo que la palabra “nunca” debería estar ya satanizada y enjaulada bajo cuarenta llaves. Es eso o quemamos a mi amiga de una buena vez junto con todas sus frases de mierda. ¿Quién se había creído para negarme eso?. Pero quizás, esta vez, tenía razón o yo tenía que dejar de exagerar los momentos bonitos. Pero no podía. Me moría por volver a hablarle así haya pasado un mes y solo hayamos hablado algo tomados. Tenía esa corazonada pero no tenia agallas y aun me sentía débil por el nefasto pasado de dar sin recibir nada más que recuerdos que se iban convirtiendo en mi fortaleza de mejor dejar todo así. Sin mover ningún cable por miedo a no saber si podía hacer corto circuito en toda la cuadra. Así que moví la cabeza de derecha a izquierda y me fui al cumpleaños de mi hermana para volver a entregarme a las birras y los cubatas. Luego de ese cumpleaños había quedado también reunirme con unos amigos en el bar donde conocí a Arturo pero sin esperanza de volver a verlo, sino con la esperanza de poder olvidarme de lo ridículo que era todo esto.

Me emborraché. Como suelo hacerlo todos los Sábados. Le regale un regalaso a mi hermana, la cual sin abrirlo lo dejo al lado y yo por su insolencia me bebí la mitad de lo que tenia para ofrecer a sus invitados. Me despedí de una silla en lugar de ella y fui al bar. Al entrar, la primera persona que vi fue a Arturo. ¡CATAPUM!. Mi corazón se sacudió tantito y le sonreí mientras me acercaba. Realmente no esperaba volver a verlo pero eso lo hizo mucho más exquisito al saludarlo. Y parecía que su sonrisa de respuesta también pensaba lo mismo. Volvimos a hablar y hablar y hablar hasta que al ir un segundo al baño, vi a uno de sus amigos por ahí y en medio de mi delirio le dije: ¿Sabes? Me gusta tu amigo. Y al volver, tampoco esperando que su amigo sea una vieja chismosa, lo vi hablando con Arturo con el gesto de que le tenía un notición. Me reí y volví a acercarme. Él, seguro de si mismo y a la vez nervioso por lo que haría, me plantó un beso.

Tierno, bonito, rico, de él.

Nos dimos unos cien besos mas y unas mil palabras más. Una ultima despedida de desconocidos y una sonrisa de un inicio de a dos.

*****

Así comenzó mi vida con Arturo. Luego de esa madrugada, al día siguiente, comenzamos a hablar todos los días antes de volver a vernos. Pasó un mes en que solo hablábamos de todo lo que pasaba en el día. Me contaba sus salidas, me recomendaba mejor quedarme en cama dado los 40 de fiebre que le decía que tenía, le contaba que iba a mudarme en esos días, como me fue difícil subir mi colchón en un edificio sin ascensor, me hablaba de la música que hacía, el nuevo disco que estaba escuchando,  su trauma con los aviones, le contaba sobre mi manía de no poder ver cuadros chuecos, entre otras manías ya no publicables; pero jamás, en todo ese mes, hubo un intento de vernos. Hasta que se dio. ¡Porque nos teníamos ganas y no solo eso! ¡Más, mucho más que eso!. Quedamos en vernos en la presentación de un video, fotos, vida, ve uno a saber que era, de un amigo en común. Yo había ido con mi pandilla. “Estamos yendo a tal lugar porque quiero ver a un chico, así que si ven que la cosa se pone fea porque así es el mundo; me abrazan entre todos y me cargan hacia la salida. Como si fuera Jesús sin su cruz”. Yo llegué tarde, él estaba ahí, con la misma gorra (menos horrenda) con la que lo conocí. Lo primero que le dije era que tenía media fruna atascada entre los dientes. Que me cubra, que tenía que arreglar eso. Luego vinieron temas peores como cuando me pongo nerviosa, pero parecía que todo andaba bien.  La noche siguió su ritmo y sin llegar a detallar, al día siguiente desperté con Arturo. Me invitó a desayunar y de fondo sonaba una serie en el televisor, de esas que ya has visto tanto ese capítulo que podrías con ese guion ir a una audición. Esa mañana, tiempo después, él me dijo que había visto tres cosas en mi como para decidir quedarse conmigo. “Buena conversación por la noche, buen sexo y buena conversación por la mañana”. O algo así, quizás nunca dijo buen sexo, pero a mí me parece que sí. Que igual es mi relato y así lo recuerdo.

Vinieron días de cenas, días de playa por la noche, de engordar juntos, de películas en los parques, de burlarnos de algunos y merecer el infierno, de dormir abrazados (babeando), de orgasmos. Vino su cumpleaños sorpresa que le hice, vinieron flores por los meses, al igual que discusiones en otros meses. Vino el llanto, la lejanía de ciertos días, la reconciliación, los gritos de problemas personales que uno no sabía cómo reconfortar al otro, los bailes vergonzosos (más de él que míos), los nuevos amigos, la nueva mudanza, los te quiero a los te amo. Se escucharon algunos “que no entiendes lo que ando diciendo”, las mandadas al carajo, los vinos (mas rones que vinos pero también vinos) sus nuevas canciones, sus hermosas y antiguas canciones, alguna exposición fotográfica mía, los retratos que le hice, las fotos movidas que me hace. Vino la vida de a dos.

Hoy, son quince meses juntos. No imagino que este cuento termine.

******

Arturo acaba de despertar, ya vuelvo.

Cinco minutos

¿Y si dejas de recordarme?. Me dijo Gonzalo mientras le besaba el ombligo

*

Gonzalo murió hace cinco años. Hace cinco años y dos semanas, exactamente, y desde entonces no salgo de este departamento. Comienzo a sentir que el mundo esta girando sobre estas paredes y un piso sin lustrar. ¿Estará mal?, me pregunto a veces, cuando doy en la cuenta que ya no hay champú desde hace cuatro años y los recibos de luz dejaron de pasar por debajo de la puerta. Creía que era porque el foco estaba quemado y pensaba que el vecino estaba loco. “Alejandra, sal de ahí, por el amor de Dios”. No sabia quien era Dios. Si Gonzalo ya no esta afuera, no me interesaba conocer a nadie. Ya no estaba ahí esperándome para pelearnos de mentira. Otras con toda la verdad del mundo. Ya no estaba para llenarme de burbujas el cabello mientras tratábamos de bañarnos. No me gustaban los besos sabor a jabón, pero ahora es lo único con lo que sueño. Aunque era bastante cierto lo que decían, eso de que él y yo no éramos el uno para el otro. Hasta el cura nos lo dijo minutos antes de casarnos; pero cuando dio nuestra ultima misa, fue el más sincero en darme el pésame.

¿Por qué Gonzalo me dejó?. Me como las uñas preguntándome eso. Si me viera ahorita, le aceptaría esa frase de «no alcanzamos a fin de mes, comamosno las uñas». Tendría mucho sentido pues ya no hay macarrones en la cocina. Antes sí habían y muchos, porque eran sus favoritos. En realidad era lo único que sabíamos cocinar y disfrutábamos hacerlos contándonos chistes de que eramos unos miserables. Ya no le encuentro la gracia a eso de «no tenemos donde caernos muertos». Me gusta recordar cuando hablábamos. Era muy bonito y muy interesante. Había veces que me hablaba de cosas que yo no entendía, como que dos más dos era uno y no entendía. Siempre me mandaba a callar cuando le respondía que era cuatro. Cuatro, corazón, cuatro. Pero lo quería tanto que me quedaba muda para que vuelva a decirme lo que, hoy, si entiendo: éramos uno. ¿Por qué me dejó?.

Hace poco encontré un recuerdo de él en mi ducha. En el recuerdo, Gonzalo me miraba con algo de cólera y tristeza. Me decía que era muy tonta por no ser del todo sincera con él. Tan insegura, tímida, estúpidamente desconfiada por horrores que ni yo comprendía de donde venían. Creo que él esperaba todo de mi, como besarlo sin esperar que él lo hiciera primero, dejarme seducir y no reprimirme por el temor de que me vea enardecida, hablarle más de mis cosas y menos de lo que no importaba, reírme incluso de sus bromas sin sentido, total, él se reía incluso cuando estaba molesto; o sino, creo que quería que esté más cerca cuando yo creía que me quería lejos. Este recuerdo lo encontré en la ducha que ya no funciona, de donde ya no cae agua. Del mismo modo que Gonzalo dejó de verme en plena lluvia en la madrugada. Me abandonó cuando murió y me dejó sola, en un sofá sin respuestas y prendiendo sin fuego el dibujo de una vela en la pared.

Es así como me dejaron hasta sin mi soledad, que incluso era él (si se lo hubiese dicho…) Sin la oportunidad de volver a hablarle un poquito más. Me alejaron de Gonzalo y del perfume de su cama. El perfume.

(…)

Ya nadie toca mis ventanas para saber de mí, porque él ha muerto y todos deben de creer que ahora esta será mi tumba. Y quizás tengan razón. ¿Hasta que punto esto esta mal?. Quizás hasta el punto en que me aferro cobardemente a una vida sin él. Destructivamente a un departamento vacío. Tres am.

No, creo que ya son las cuatro am. La luna esta en esa posición. Dormiré y puede que de nuevo vuelva a decirme: ¿A qué sabrá ahora el pan francés de la esquina?. Pero estoy segura que al despertar no encontraré mis zapatos. Te necesito.

*

¿Y si dejas de recordarme?. Me dijo Gonzalo mientras le besaba el ombligo en su foto de bebito. El bebito más lindo del mundo.

Me pregunto: ¿Soy feliz o no? Es en ese momento que para responder mi pregunta comienzo una revisión rápida de mi persona. O lo que fuese que sea.

 

EL EXTERIOR

Saco el espejo que siempre tengo en el bolsillo (que es pequeñito y solo alcanza para ver por partes). Empiezo viendo mis ojos. Mis ojotes. De mirada que asemeja molestia, pero en realidad es un grito mudo y oscuro como mi iris. Sigo analizando lo que los años de cosméticos e insomnio agregaron a mi mirada pintarrajeada desde los catorce años. Y con ojeras desde los mismos catorce agregando dos horas más de televisión. Muevo el espejo diminuto hacia abajo y veo como el acné aparentemente será lo único que no me abandonara jamás. Sigo moviendo mi reflejo hasta llegar a mis labios. “No se ven mal pero están secos”, me digo a mi misma. Me muerdo el labio inferior y veo como se asoman ligeramente mis dientes. Medio amarillentos por tanto café, cigarrillo y nunca haber pisado un consultorio – de ninguna clase de doctor – Guardo el espejo y al agachar la mirada para meterlo de nuevo al bolsillo, veo mis zapatos. Los únicos que tengo. Muevo los dedos del pie, ni tan apretados ni tan libres, y sonrío ligeramente. ¿Me voy aproximando a la respuesta? Aun es muy pronto para ello.

Olvido sacar la mano del bolsillo donde guardé el espejo y me apresuro a hacerlo. Al segundo, como se veía venir desde que compré la casaca, malogro su cierre. La ropa que tengo puesta es increíblemente un buen resumen de algún estilo comercial que opté en los noventa y pico: Una casaca rota no solo el cierre sino en gran parte de su totalidad; pantalones sueltos por andar adelgazando irremediablemente; un polo simplón que nunca llegara a ser ni blanco, celeste o rosado; y como siempre tengo frio, una chalina que por alguna noche de borrachera llego a mis manos. Sacudo la manga de la casaca que se había caído unos cuantos cabellos de mi larga y castaña cabellera. Larguísima y enredada cabellera.

Y entonces dando pequeños brincos luego de observarme, me declaro una de las mujeres más hermosas de la cuadra.

 

1 –  0

 

Sigo en el recorrido de si soy feliz o no. Ahora le toca ser examinadas  las cosas que llevo en mi mochila. El segundo reflejo de una persona: lo que lleva cargando sobre su espalda.

Lo primero que encuentro es la billetera, que al abrirla no veo siquiera boletos de micro en algún bolsillo. Absolutamente nada que simbolice que en algún momento tuve dinero. En su lugar encuentro unas quince propagandas de productos e institutos que no puedo pagar. La cierro con los ojos cerrados y la escondo en la mochila. Adiós, perra.

(Tiempo después en mi testamento, se nombrara como única herencia esa billetera negra sin ningún detalle bordado que la haga especial)

Guardada la canallada, empiezo a disparar por todos lados las demás cosas que estaban ahí: cajetillas vacías, chapas de cervezas, papel higiénico arrugado, más publicidad, un libro que proclama piedad, un perfume barato y pastillas. Varias. ¿Para qué?

(…)

 

1 – 1

 

¿Soy feliz o no lo soy? Me vuelvo a preguntar, ya gritando mientras cierro la mochila. Ya no hay más cosas externas que ver.

Ahora comienza lo mejor.

 

LAS CICATRICES

“Las cicatrices están definidas entre lo externo e interno. Sin excluir su opuesto dentro de su propio mundo. Esto quiere decir que no por ser real, tangible, tocable, lamible y/o verificable una marca en un tobillo, deja de doler en los recuerdos. Como tampoco porque hayan aparecido aparentemente solo en el alma, dejan de doler como un fierro caliente en la barriga” – M.M.D.

 

Cicatrices externas Alejandrescas:

1.  Las rodillas: Usó por ocho años zapatos ortopédicos. Incluido el día de su bautizo (su papá los pintó exclusivamente de blanco para ese día. Aunque ella haya llorado desde la mañana hasta la foto con el cura). Su caso era el de los pies para adentro.

2. Las muñecas: No. No trató de suicidarse luego de su bautizo. Solamente alguna vez, muchos años después, jugó a imposibles con una máquina de afeitar semi-nueva. En la muñeca izquierda se notan más las marcas en forma de fideos.

3. La cara:  Siete puntos fueron los que tuvo que llevar en la frente en su fiesta de graduación. Un accidente casero (embellecerán sus biógrafos) fue el causante de ese último tajo conocido.

 

Cicatrices internas Alejandrescas:

No se ha encontrado tan poca información como para narrarla sin reemplazar cada tantos años a un redactor.

 

1-2

 

EL INTERIOR

Terminado de ver mis cosas, dejo la mochila en un rincón del baño del Centro Comercial. Afuera me andan esperando toda mi familia, novio, amante, amigos, mis más queridos enemigos y desconocidos totales. Todos afuerisima y yo aquí, parada, preguntándome si soy feliz o no. ¿Por qué me cuestiono esto?. Quizás sea porque entré a un Centro Comercial solo para usar el baño de un restaurante, donde tuve que pasar por al menos quince mesas llenas de personas devorando su comida y observando aun con hambre las extremidades del más próximo a su silla, dándome la sensación de lo jodidos que estamos aquí y en la china – el restaurante era un chifa – Quizás sea por eso, quizás, quien sabe, pero quizás también sea por la falta de sueño desde hace cinco meses que me prometí no volver a dormir.

(Hace cinco meses, en la exagerada cama de Alejandra)

Desperté a las ocho menos cuarto, pero en realidad abrí los ojos a las cinco de la madrugada. Una mala pesadilla me hizo saltar de la cama. De esas que sabes que son terribles pero solo recuerdas una, dos, a lo mucho tres palabras: No te quiere.

Tuve que pararme de la cama y prender el último cigarrillo puesto en la mesa de noche (el piso mismo).  Los sueños a veces pueden ser sumamente desgarradores y calan más que una mala semana de trabajo o del hogar. No me quería, me lo repitió cinco veces en distintas locaciones del sueño. No me quería y punto. ¿Qué hecho yo para merecer esto?… ¡Ni una puta mierda! ¡No he hecho ni una puta reverenda mierda para que venga a decirme que no me quiere! Le he dado todo, hasta mi tranquilidad a la hora de dormir y  aparece con esto ¿Por qué? ¿Qué mundo es este que una tiene que vivir con miedo a la hora de irse a dormir?. Volví a la cama y traté de cerrar los ojos pero ya no podía. Sentía que me habían dado la noticia más inesperada de la temporada y no quería aproximarme a 1. Volver a revivirla en una secuela. 2. Olvidarla en un nuevo estreno de pesadilla. Así que decidí no volver a dormir.

(¿Quién no la quería?

¿Su novio?

¿El amante?

¿Su familia completa hecha una sola persona?

¿El vecino que siempre la saluda por compromiso?

¿El de la tienda?

¿El mundo entero?

¿Ella misma?”)

1.5 – 2.1

 

Vuelven a tocar desesperadamente la puerta. “Si no sale en este momento, vamos a abrir la puerta del baño. Salga de una vez”. Grito que ya va que ¡No sale la mierda, tío, no sale!. Él entiende lo que quiere entender y me amenaza con llamar a seguridad. Le digo que ya me iré, que igual no creo que salga. La respuesta, me refiero en voz baja, que salga de una vez la respuesta, pero él no alcanza a oírme. Salgo y vuelvo a pasar por las mesas prácticamente vacías, con sus servilletas sucias y los comensales que la hacen larga para no ir a afrontar la calle con el estomago lleno. Yo, con el estomago vacío, lo hago.

Camino a paso ligero y somnoliento, pero seguro. Antes de cruzar la pista me vuelvo a hacer la pregunta. Recuerdo episodios de mi infancia llena de comisarías, gaseosas que ya no existen, chocolates derretidos, lágrimas que ardían, riquísimos domingos en el mercado, juegos inventados, historias que regalaban imaginación y sonrisas que cortaban las lagrimas. Recuerdo episodios de mi adolescencia repleta de todo lo anterior pero con los senos mas grandes y el sueño más jodido. Recuerdo el año pasado de vacaciones en el sur, los días que me quede a dormir en el hotel sin estar enamorada, las veces que mi papá me dijo que “pase lo que pase” eso, los trabajos que dejé por entregarme a la inmundicia, el respeto que le tengo a tantas personas que no conoceré, los poemas, la basura en la carretera, los recuerdos, los sueños… los sueños.

 

“No te quiero”

(Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas – P. Neruda)

Cruzo y me regresa todo el sueño a mitad de pista.

 

2-0

2013

Faltan unos treinta y dos minutos para que sea Año Nuevo y Alejandra reza para que en lugar de eso, regrese a ella un año viejo ya conocido. Aprieta los labios en señal de ansiedad.

  • ¿Por qué tienes esa cara de no sé qué te pasa? – le pregunta uno de sus amigos que estaban viendo como emborracharse en tiempo récord antes de que den las doce – Mierda, no jodas y ven a tomar esto que acabamos de hacer – le enseña una jarra de un color purpura, entre ratos rojo o transparente. Dependiendo del asco y ganas de cada quien, el brebaje cambiaba de color – ¡Nos ha salido dorado y estupendo!

Alejandra se arrastra por el piso, sin decir nada, para hacerse de un sorbo de ese trago verde grisáceo. Van faltando treinta minutos para que sea el 2013 pero ella en cada arrastro que da, desea cada vez mas fuerte de que venga a ella el dos mil algo, que ya ni recuerda el numero final exacto, pero sabe que necesita otra oportunidad en ese año.

  • ¿Qué mierda tiene esto? – pregunta Alejandra cuando coge la jarra, rechazando un vaso que le alcanzaban. Observaba ese liquido tornasol con cierto amor y rechazo, como solo el reflejo de uno mismo en una bebida puede generarte.
  • Buena pregunta. Yo le metí vodka – responde el más próximo a ella, mientras busca un cigarrillo en el piso.
  • Yo un poco de whisky que tenía en esta petaca desde hace unos meses – responde una amiga, que ya había llegado borracha hace tres horas.
  • Creo que usé el gotero para ponerle un poco de gasolina – susurró el invitado de la amiga borracha – pero no sé…
  • ¡Yo traje jugo, gaseosa y bebidas energizantes! – grita el menor del grupo, que aun se sospechaba que sea virgen y el que siempre terminaba cagando el baño.
  • También tiene ron, vino que sobro del almuerzo, media taza de café sin azúcar, un macerado robado y unas cuatro cosas más que no recordamos – enumeró tocándose los dedos, el último de la habitación, el ultimo también de irse siempre de las reuniones o casas invadidas.

Luego de haber oído todo eso, Alejandra pregunta la hora “Faltan 27 minutos, apúrate en tomar” le dicen en coro. Le da un gran sorbo mientras todos esperan oír las primeras opiniones de esa mutación de licores.

  • ¿Y? ¿Sabe bien? ¿Muy fuerte? ¿Le metemos más de esto? – señala una botella de coca cola con cualquier cosa menos coca cola.

Respira, escupe a donde caiga, saborea los restos de su boca y se tira al piso. Mientras cae en cámara lenta, como espera que lo hayan visto como ella sentido, ve de nuevo la hora. Faltan veinte minutos. Estuvo siete minutos respirando, escupiendo y saboreando.

  • Está delicioso. Hay que patentarlo y venderlo en los grifos.

Mientras todos sonriendo se sirven tazas y tazas de lo ya descrito,  Alejandra comienza a sentir más ansiedad. Falta poco para su imposible de hace años. Deseaba tanto que regresara a ella ese momento exacto que no recordaba muy bien, tampoco el rostro que tanto extrañaba, ni los días en que pasó lo que pasó, menos el orden exacto de las frases que le dijeron; pero sabía, estaba segura aun a pesar de su actual mala memoria, por culpa de esa dedicación de estropear su vida después de ese año, que había sido mucho más que feliz en ese dos mil algo que su mente ha bloqueado luego que todo ello terminara cuando de un momento alguien dijo:

  • ¡Ha abierto los ojos! Llamen al doctor.

(…)

Faltan 10 minutos.

Ahora faltan 8.

7,

6,

2,

1.

  • No puedo moverme – dijo el ultimo que sintió todo ese escalofrío al tomar de la jarra – ¿Cuánto falta para Año Nuevo?
  • Un minuto – susurró de nuevo el invitado que nadie conocía.

Empezaron a contar de manera dispareja. 43, 35, 2 ¡Feliz Año!, 57, 18. Alejandra apretó de nuevo sus labios, cerró los ojos y dio la espalda a todos. Esperando que volviese el estar en otra realidad.

Donde van a verte y a decirte todo lo que no te dicen cuando estas despierta.

 

00:00

00:00:01

Nuevo Año

(esperemos que feliz)

 

M.

Infinita tristeza

Pensamiento de Alejandra entre el ahora y el jamas:

¿Qué tan posible será que mis pasos hayan coincidido con los suyos a destiempo?

*

Me levanté de la cama aun algo dormida, algo despierta, algo de algo. Fui al baño a desterrar viejas expresiones del rostro y revivir la boca con movimientos irregulares del cepillo de dientes. No tenía ganas de esperar que la terma me quitara minutos del día así que el duchazo fue de agua fría y gritos de piedad. Terminé de usar el baño. Fui suspirando al cuarto.

Mientras arreglaba la ropa sin prestarle la absoluta atención, me puse a pensar que haría hoy que era mi día libre en el trabajo. Cogí de casualidad un par de medias de distintos colores y recordé que de niña me gustaba usarlas así. Sin lógica. Me vino a la mente un día en especial de cuando fui al Parque de las Leyendas y un niño terriblemente granudo se había quedado mirando mis pies por ese motivo. Fue algo perturbador la escena y algo excitante. Recuerdo que incluso mi mamá tuvo que separarnos pues no dejábamos de mirarnos. ¿Y si hoy me pusiera pares distintos y voy al Parque de las Leyendas?. No tenía mucho sentido. De hecho no tenía muchas ganas de hacerlo porque en si nunca me gustó ese parque. Fui obligada esa vez y nunca más volví. Bostecé tres veces seguidas, conteniendo un cuarto bostezo y me concentré más en la ropa. Pantalón, polo, casaca, chalina y medias del mismo color. ¿Ahora qué hacer con esta pérdida de tiempo de recordar una escena de niña que no me llevó a nada más que concentrarme en mi ropa?. Nada. Amarré mis zapatos y salí a tomar desayuno de carretilla.

En el camino, si bien me puse a pensar un poco en cuentas, en cancelar una cita con el doctor y comprarme un erizo, aun seguía en mi mente la imagen de aquel niño granudo. Su cara se me hacia algo familiar así hayan pasado 19 años desde aquel día en el parque. Al llegar al puesto de desayunos y pedirme un pan con torreja y un emoliente, reboté la imagen del niño de mi cabeza al que me atendió, y mientras le daba una mordida al pan, pensé: “Se parece al niño con  granos”. Y adentrándome un poco más en los detalles incoherentes, me di cuenta que lo familiar que había creado en mi cabeza del rostro del niño y ahora del emolientero, era la imagen que me andaba siguiendo desde hace unos meses en la cabeza. Veía por todos lados el rostro de Alfredo, mi ex amante. Hasta en mis recuerdos más antiguos se infiltraba su cara. Me fui cogiendo el vuelto casi en el aire y caminé sin rumbo fijo, pensando ahora que todos en la calle se parecían a él. Estaba comenzando a excitarme por esa idea enferma de que todos tuviesen su cara. La ansiedad empezó a crecer desmesuradamente. Estaba sintiéndome muy mal, así que me senté en una banca que estaba al frente de la acera donde me encontraba. Doblé mis piernas para sentarme como medio mundo y prendí un cigarrillo para botar ideas finitas por la boca.

Alfredo no había sido un gran amante a decir verdad. De hecho, nunca habíamos tenido, en el año que nos vimos, más de una sola vez un encuentro sexual. Un poco por culpa de sus adicciones y otro tanto por culpa de mi falta de tiempo, pues yo trabajo – cosa que Alfredo no hacia – y también tenía enamorado. Tenía, porque justo hace cuatro días, me dejó. Por cuestiones que realmente no hacen a este relato más emocionante ni menos aburrido. Simplemente se acabó una relación. Al igual como cuando se acabó mis encuentros con Alfredo, que en ese caso, él fue el que decidió darlos por finalizados cuando partió sin avisarme al otro lado del continente. Creo que esa ausencia de mi amigo y amante, fue debilitándome y apagándome a tal grado que repercuto en el final de mi relación con mi enamorado. Yo quería bastante a Alfredo, aunque solamente hayamos tenido un encuentro sexual, para haber sido amantes. Ese cariño, sin darme cuenta, había sido parte clave de un equilibrio que yo misma había formado a mi situación de a tres. Y a falta de uno, todo se desmoronó.

Pasado los minutos, comenzaba a sentirme un poco más calmada luego de haber fumado. El viejo recuerdo de niña se estaba yendo y las caras de la ciudad volvían a ser de cada quien. Me paré y volví a caminar por el camino de la ciclovía, donde me había sentado. Estaba justo en el límite entre San Isidro y Miraflores. Calles sumamente concurridas por medio Lima. Es más, de seguro que todos los que he nombrado hasta ahora han pasado al menos una vez de su vida por este mismo espacio que estoy pisando. Me desvié al recordar cuantas veces había coincidido con Alfredo por estas calles. ¿Cuántas más que esas él habrá pasado solo por acá? ¿Qué tan posible será que mis pasos hayan coincidido con los suyos a destiempo? Como ahora o ayer.

Me dio calambre en todo el cuerpo. Me emocioné. Ya tenía que hacer en todo mi día: Caminar hasta lo que dieran mis pies y ponerme a pensar en que soy Alfredo y ando caminando un día, de hace tres meses atrás, por estas calles Miraflorinas. Iba a jugar a ponerme en los zapatos de él, que su ausencia estaba siendo muy fuerte y lo necesitaba conmigo. En mi.

Comencé mi recorrido por una calle paralela a la Arequipa. Al doblar la cuadra, vi un par de tiendas juntas y me pregunté cuál de ellas habría decidido entrar, Alfredo, hace tres meses atrás – siguiendo la idea de tiempo imaginario – Quizás entró a una y no consiguió el chocolate que tanto le gustaba y tuvo que ir a la del costado para seguir insistiendo en el antojo. Me aferré a la idea y entré a la primera tienda según mi ubicación en la calle. Pregunté si tenían tal dulce y me dijeron que no. Mi hipótesis seguía en carrera. Algo feliz, brinqué a la otra tienda, hasta que en el salto, me quedé petrificada. ¿Y si acá tampoco venden el chocolate de Alfredo? ¿Que habrá hecho él?. Vi rápidamente las cuadras y divisé un grifo cercano. “En los grifos siempre se encuentra esa marca ¿Habrá ido de frente ahí o habrá tentado a lo lógico de ir a la tienda del costado?”. Alfredo era a veces una persona que iba a lo seguro y otras que prefería no descartar posibilidades. De hecho era una mezcla muy bien cuajada de ambas posiciones. Por eso lo odié como nunca pude odiar a una persona en el mundo. Me entró de nuevo ansiedad por no saber descifrar la acción que yo misma inventé. Rápidamente, antes que avanzara mi malestar, entré a la tienda del costado, creyendo que por esta vez, él había pensado como yo: no desperdiciar ni media posibilidad. Pregunté por el dulce, no lo vendían. Le pregunté al de la tienda si lo habían tenido siquiera en alguna oportunidad y me dijo que sí. Sonreí bastante sin decirle nada más al señor. “Quizás hace tres meses, sí había dicho dulce y Alfredo lo compró y también terminó sonriendo”. Salí y seguí caminando en línea recta. Algo más ligera y comenzando a creer que hoy estaba más que nunca con él.

Al caminar quince pasos desde la tienda, me fijé en el piso, que como todos los pisos del mundo, tienen líneas. ¿Qué tan posible sera que justo la línea que estaba pisando, en esa medida exacta de un cuarto de zapatilla, haya pisado Alfredo?. Me puse a pisar de distintas maneras las líneas del piso, pensando que alguna de ellas, en algún porcentaje, fueron igual de pisadas por él – e incluso también, porque no, por el emolientero – Luego de un rato de que las personas me vieran, a mis 26 años, caminando como una niña, decidí caminar un poco más relajada y tantear a lo romántico de coincidir sin forzar ideas ya descabelladas. En ese instante, me aproximaba a una tienda de cuadros religiosos y tales antigüedades. ¿Él se habrá quedado viendo el cuadro de la virgen o de la ultima cena?. No quise pararme a ver cada cuadro porque sabía que ni Alfredo – ni nadie que yo le tenga estima – se quedaría viendo cuadros religiosos si no fuese de reojo simplemente. Mientras ya pasaba mi último cabello la esquina donde se encontraba esa tienda, decidí que Alfredo se había quedado viendo el de la virgen, de la misma manera que se quedaba viendo a las chicas. Santas, libres, feas, pelirrojas, chatas, transexuales, a él le encantaba ver chicas, así que la elección tenía un gran sustento de la admiración de Alfredo hacia la belleza de las mujeres. Y que mejor que una virgen y su guapura. ¿En algún momento de su vida, Alfredo se habrá puesto a pensar en porque las vírgenes son tan hermosas? Porque no hay santa fea, ni siquiera tantito. Todas son endemoniadamente bellas. Si él estuviera a mi costado, las cosas que hablaríamos… No importa, no importa. Seguí caminando.

Vino luego un gran parque conocidísimo en Miraflores. Con sus gatos, su iglesia, sus artesanos, sus turistas, sus puestos de mazamorra y arroz con leche. ¿Él caminaría viendo las caras de las personas del parque o ya estará harto de ver los mismos rostros comunes que se pasean por aquí?. ¿ Bordearía el parque cuando esta solo o le gustara entrar por las venas del mismo?. Me quedé de nuevo petrificada. Yo quería pensar como Alfredo, ser Alfredo en todo ese recorrido, creérmela, así que no había posibilidad alguna de equivocarme, incluso si lo hiciera, eso no podía estar pasándome. Respiré.

Respiré muy fuerte.

Demasiado fuerte.

Un niño se asustó y se le cayó su bola de helado.

Y seguí toda la tarde caminando por calles que en algún momento, Alfredo pasó y se quedó viendo las grietas de las paredes, los semáforos a igual segundo que el que me estaba tocando a mí, las otras tiendas que tuvo que entrar para comprarse una gaseosa o cerveza – dependiendo el humor – los pensamientos que ya sobrepasaban toda premisa de objeto callejero; incluso quizás, solo quizás, él en algún momento, antes de dejarme sola, también jugó este mismo juego que yo. Me dieron ganas de llorar.

Cerré los ojos, lo besé al viento, apreté más fuerte mis ojos para que me duela más su ausencia al abrirlos y me diera cuenta que estaba sola. Habiendo pensado toda la mañana y tarde en él, pero sin él. Sin nadie. Sin siquiera mi día libre del trabajo.

Porque ya no tengo trabajo. Esto en realidad no estaba pasando.

*

Abri los ojos. Estaba aún en mi habitación, echada en mi cama. De nuevo soñé despierta.

Desde que no tengo a Alfredo y a mi enamorado, me sucede en las mañanas. Despierto en un minuto inclasificable de una hora inexistente y me quedo mirando el techo morado más de la cuenta. Me adentro en pensar que haría si me levantara de la cama, si me bañara, si tomara de nuevo ese estupendo emoliente que venden a unas cuadras de mi casa. Hasta que voy cayendo en un sueño sin darme cuenta, con los ojos bien abiertos. Todo este proceso ya va desde hace cuatro días, cuando mi enamorado me dejó, y mucho mas tiempo atrás, desde que Alfredo se esfumó. Pero exactamente desde hace cuatro días que no salgo de mi casa. Estos ultimos días, mi habitación se había vuelto un portal de un mundo con ellos, pero sin ellos. ¿Para que salir?.

Si afuera solo hay niños con granos que se darán cuenta que ya no tengo mi par distinto. Y me miraran acusándome, como desde niña, diciéndome con sus ojos que soy una rara y triste persona más de la ciudad.

Tristisima. Como los elefantes del Parque de las Leyendas.

A.